© Jesús Timoteo Álvarez. 01/2017
Por la ventana se ve la misma niebla que en años pasados. Iluminada sin embargo por augures de otro color. Apenas hace dos años todo era economía. Los gurús oficiales era macroeconomistas, nobeles de economía y candidatos, que proponían como doctrina ortodoxa una visión pre-apocalíptica del futuro inmediato: desigualdad y pobreza (STIGLITZ, 2012), políticas públicas que favorecen la acumulación en pocas manos y el enriquecimiento de los más ricos ( PIKETTY,2013) abandono del intervencionismo a favor de una supuesta liberalización del mercado que incrementan de nuevo la desigualdad y la pobreza ( MAZZUCATO, 2013), esclavitud real, degradación, corrupción, economías paralelas, mafias de todo tipo, violencia y guerras ( SPENCE,2012). Todo ello en medio de corporaciones globales y “repúblicas digitales” que no pagan impuestos, países y empresas que se roban patentes y derechos de propiedad, organizaciones que escapan a cualquier ley, paraísos fiscales y respetables territorios de economía clandestina, de blanqueo de dinero y de delincuencia ( NAIM,2013. )
Los gurús este año se ven de otro color aunque la niebla es la misma. Ahora son politólogos y el color de su bandera es el populismo. Porque la bandera de la economía tenía menos seguidores de los previstos y a desde el 2016 as hoy, reiteradamente, los hechos desoyeron las previsiones y las gentes decidieron grandes apuestas contra pronóstico y contra las razones de la economía. Como el Brexit o la victoria electoral de Trump o la situación en Cataluña. Para los gurús nuevos, no menos apocalípticos que los del anterior equipo, en la misma niebla, el año de 2018 entrante vira en un primer estadio hacia la democracia directa, una supuesta acción lineal de los votantes quienes, a través de las redes sociales, operarán sin filtros, sin intermediación, sin discusiones parlamentarías ni mediáticas, sin instituciones, un “me gusta” es un voto y todo ello, en una inevitable carrera hacia las “democracias iliberales”, a lo Putin, a lo Erdogan, a lo polaco o lo húngaro, hacia la dictadura. Abiertamente o no, la mayoría de los augures-gurús del 2017 ven la dictadura o fuertes gobiernos que la simulan como el paso siguiente a la actual democracia.
Esta visión tiene matices distintos. Colin Crouch (CROUCH, 2014) sostiene que asistimos a una incontenible ola emocional donde no es el pueblo quien triunfa, sino mecanismos postdemocráticos con capacidad de organizar las emociones y miedos de la gente. Líderes o grupos políticos que manipulan las emociones utilizando el sistema mediático y las redes sociales para presentar primero las instituciones democráticas (parlamento, justicia, gobierno, casta política…) como corruptas e inservibles y proponer después soluciones radicales basadas en el miedo: a la pobreza, a la inmigración, al terrorismo, al islam…Una opción única en la elección entre un sistema degradado y moribundo y un modo radical ante todo, “transparente”,” “limpio”, capaz de una solución. Emmanuel Todt (TODT, 2014 ) opina que la democracia se ha ido junto con el control del territorio nacional, la moneda, el control de los impuestos, la llegada en definitiva de la globalización que equivale al desgobierno. Ilvo Diamanti (DIAMANTI,2014)define la actual democracia como la personalización del voto, la deliberación y discusión en modo inmediato, sin mediadores, oscilando las opiniones y las decisiones entre pantallas, de la televisión a las redes sociales, del discurso al twitteo, del discurso público y el “show” al youtube; estos modos de hacer propios de una democracia directa necesitan al menos de dos factores o componentes: uno es el estilo de comunicación, de establecimiento de un relato o discurso, otro es la definición de un espacio virtual o de referencia. Ambas cosas terminan en la aparición de un “jefe”, de un conductor que es quien establece el territorio (a quién hay que odiar, a quién hay que temer, a quién hay que despreciar…) y elabora el discurso, el argumentario para la justificación del voto. Alain Duhamel (DUHAMEL, 2016) intenta explicar la falta de interés de los franceses por la política, que se manifiesta en inconstancia, degradación, igualitarismo, conservadurismo, nacionalismo, extremismo, intelectualismo, radicalización, intenta explicar por qué los antiguos votantes comunistas votan ahora a la extrema derecha y da la “culpa” a los propios franceses, olvidados de toda grandeza y encerrados ahora en el miedo y en la simplificación: añoranza de grandes conductores, de líderes protectores, de un radical conservadurismo que es ilusión por un glorioso pasado imposible. Lo mismo opina Zygmunt Bauman (BAUMAN, 2014),recientemente fallecido, con otra línea de argumentos: al actual sentimiento dominante lo denomina “retrotopía” o utopía retroactiva, reclamo de un tiempo pasado mítico e inventado que se presenta como la más seductora de las posibilidades; el poder está cada vez más lejos, representado por entidades abstractas e inmateriales, incapaces de resolver los problemas de cada día (mercados, finanzas o tecnología o guerras o migraciones) sobre los que el individuo no tiene nada que decir ni puede influir, donde todo está lejano y con frecuencia privatizado (“incluida la esperanza” dice Bauman) y donde parece imprescindible que el individuo se mueva a la defensiva y a la búsqueda de un líder y de un espacio protector, puertas abiertas a formas dictatoriales de política. El más sutil de los augures es en mi parecer, Pierre Rosanvallon (ROSANVALLON, 2015), que resume lo que se ve en la niebla y hace propuestas: analiza la evolución de las democracias occidentales desde sus orígenes, donde el poder se organizaba desde los Parlamentos y las Leyes (Soberanía popular) y era ejecutado por los Gobiernos y los Jueces, a una situación actual en la que son los Gobiernos el núcleo del Poder, justificado por necesidades urgentes exigidas por la complejidad de la economía, las guerras o el terrorismo, dejando a los Parlamentos y a los Jueces un papel de soporte y, en el mejor de los casos, de control; por eso las democracias presidencialistas son las que mejor funcionan, los Primeros Ministros cuentan con mayor capacidad de decisión cada día reforzado por un “parlamentarismo racionalizado”, con decisiones a posteriori de las urgencias del Ejecutivo. Esta situación de mayor poder para el Gobierno y el Primer Ministro y racionalización de las actividades del Parlamento, que define su agenda en seguimiento de las necesidades y decisiones del gobierno, las propone Rosanvallon como el mejor gobierno para este año y los siguientes, anunciando sin embargo que “puede conducir a formas de gobierno poco o no democráticas”, a la inutilidad de los partidos, a las relación directa e inmediata entre el gobierno que propone y los ciudadanos que directamente responden y siguen, a un cierto tipo de dictadura gubernamental de hecho. Rosanvallon es convincente y apoya su discurso en clásicos como Weber, Carl Schmitt, Stuart Mill, Guizot o Churchill.
Es obvio que todas estas aportaciones son de alto valor y muy respetables. Pero en mi opinión y en su conjunto son demasiado académicas, demasiado de dossier y de libro de ensayo. Los comportamientos de las gentes se mueven por hilos más elementales. Creo yo. El primero de estos hilos tiene que ver con el nivel de manipulación que en todas sus actividades esas gentes soportan, es decir, la eficacia del marketing de consumo, social y político que han interiorizado. El segundo hilo tiene que ver con la percepción que las mismas gentes tienen de su propio poder, la sensación personal de su propia capacidad de influencia. El tercero, más subterráneo, es la influencia que el eterno flujo de la evolución humana continúa teniendo en los comportamientos, costumbres y decisiones de la sociedad y de las gentes.